jueves, 24 de abril de 2008

Y tú ¿qué final le pones?


CUENTOS PARA JUGAR - GIANNI RODARI

PINOCHO EL ASTUTO

Había una vez Pinocho. Pero no el del libro de Pinocho, otro. También era de madera, pero no era lo mismo. No le había hecho Gepeto, se hizo él solo.
También él decía mentiras, como el famoso muñeco, y cada vez que las decía se le alargaba la nariz a ojos vista, pero era otro Pinocho: tanto es así que cuando la nariz le crecía, en vez de asustarse, llorar, pedir ayuda al Hada, etcétera, cogía un cuchillo, o sierra, y se cortaba un buen trozo de nariz. Era de madera ¿no? Así que no podía sentir dolor.
Y como decía muchas mentiras y aún más, en poco tiempo se encontró con la casa llena de pedazos de madera.
- Qué bien – dijo -, con toda esta madera vieja me hago muebles, me los hago y ahorro el gasto del carpintero.
Hábil desde luego lo era. Trabajando se hizo la cama, la mesa, el armario, las sillas, los estantes para los libros, un banco. Cuando estaba haciendo un soporte para colocar encima la televisión, se quedó sin madera.
- Ya sé –dijo-, tengo que decir una mentira.
Corrió afuera y buscó a su hombre, venía trotando por la acera, un hombrecillo del campo.
- Buenos días. ¿Sabe que tiene usted mucha suerte?
- ¿Yo? ¿Por qué?
- ¡¿Todavía no se ha enterado?! Ha ganado cien millones a la lotería, lo ha dicho la radio hace cinco minutos.
- ¡No es posible!
- ¿Cómo que no es posible...! Perdone ¿usted cómo se llama?
- Roberto Bislunghi.
- ¿Lo ve? La radio ha dado su nombre, Roberto Bislunghi. ¿Y en qué trabaja?
- Vendo embutidos, cuadernos y bombillas en San Giorgio de Arriba.
- Entonces no cabe duda: es usted el ganador. Cien millones. Le felicito efusivamente...
- Gracias gracias...
El señor Bislunghi no sabía si creérselo o no creérselo, pero estaba emocionadísimo y tuvo que entrar a un bar a beber un vaso de agua. Sólo después de haber bebido se acordó de que nunca había comprado billetes de lotería, así que tenía que tratarse de una equivocación. Pero ya Pinocho había vuelto a casa contento. La mentira le había alargado la nariz en la medida justa para hacer la última pata del soporte. Serró, clavó, cepilló ¡y terminado! Un soporte así, de comprarlo y pagarlo, habría costado un buen dinero. Un buen ahorro.
Cuando terminó de arreglar la casa, decidió dedicarse al comercio.
- Venderé madera y me haré rico.
Y, en efecto, era tan rápido para decir mentiras que en poco tiempo era dueño de un gran almacén con cien obreros trabajando y doce contables haciendo las cuentas. Se compró cuatro automóviles y dos autovías. Los autovías no le servían para ir de paseo sino para transportar la madera. La enviaba incluso al extranjero, a Francia y a Burlandia.
Y mentira va y mentira viene, la nariz no se cansaba de crecer. Pinocho cada vez se hacía más rico. En su almacén ya trabajaban tres mil quinientos obreros y cuatrocientos veinte contables haciendo las cuentas.
Pero a fuerza de decir mentiras se le agotaba la fantasía. Para encontrar una nueva tenía que irse por ahí a escuchar las mentiras de los demás y copiarlas: las de los grandes y las de los chicos. Pero eran mentiras de poca monta y sólo hacían crecer la nariz unos cuantos centímetros de cada vez.
Entonces Pinocho se decidió a contratar a un “sugeridor” por un tanto al mes. El “sugeridor” pasaba ocho horas al día en su oficina pensando mentiras y escribiéndolas en hojas que luego entregaba al jefe:
- Diga que usted ha construido la cúpula de San Pedro.
- Diga que la ciudad de Forlimpopoli tiene ruedas y puede pasearse por el campo.
- Diga que ha ido al Polo Norte, ha hecho un agujero y ha salido en el Polo Sur.
El “sugeridor” ganaba bastante dinero, pero por la noche, a fuerza de inventar mentiras, le daba dolor de cabeza.
- Diga que el Monte Blanco es su tío.
- Que los elefantes no duermen ni tumbados ni de pie, sino apoyados sobre la trompa.
- Que el río Po está cansado de lanzarse al Adriático y quiere arrojarse al Océano Índico.

Pinocho, ahora que era rico y super rico, ya no se serraba solo la nariz: se lo hacían dos obreros especializados, con guantes blancos y con una sierra de oro. El patrón pagaba dos veces a estos obreros: una por el trabajo que hacían y otra para que no dijeran nada. De vez en cuando, cuando la jornada había sido especialmente fructífera, también les invitaba a un vaso de agua mineral.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Entonces un buen día caluroso de julio Pinocho se fue al bosque para empezar a construir una lujosa urbanización llamada "Vivesincomplicaciones". Se llamaba así porque los capataces de obra, subordinados suyos, le sugirieron la falsa idea de que los que compraran su vivienda allí vivirían muy a gusto y además tendrían un 50% de descuento si ofrecían las demás viviendas aún no compradas a conocidos suyos así como si mentían a sus amigos de cobrar la casa por el doble (lo que iban a ganar justo por conseguir que las compraran a la inmobiliaria de Pinocho). Pasó el tiempo y Pinocho, experto en mentiras y engaño, así como sus empleados constructores, ganaron millones de euros porque ambos tipos de compra se efectuaron. No quedó ni un solo chalet en venta. A todos los que mintieron les creció una enorme preciosa nariz de madera y estaban alarmados. Pinocho les calmó y les explicó que eso era síntoma del dineral que iban a ganar y de su gran fortuna. Pero esto fue el principio del infierno del pueblo y la urbanización sin que nadie supiera lo que iba a pasar. Llegó el día de la entrega de llaves después de pagar todas las casas y todos los futuros vecinos se apresuraron al importante acto al que acudió todo el pueblo. El alcalde fue entregando una a una cada llave de cada chalet. Los vecinos empezaron a vivir por fin allí y empezaron a producir mucha basura, pero no querían tirarla en el cubo porque era muy engorroso, así que lanzaban tranquilamente todo por la ventana y decían que no pasaba nada, que construirían enormes vertederos de madera . Tiraron toneladas de desperdicios, latas, vidrio, papel, todo tipo de basura. Vino un caluroso día de verano y comenzó a soplar un viento muy fuerte con un sol de castigo. Del vertedero empezaron a asomar chispitas que fueron avivándose con el vendaval y a alimentarse con las maderas. El vecindario, ignorando lo acontecido en las inmediaciones iba cerrando negocios engañosos cada vez más importantes y tenían la nariz cada vez más grande, lo que les reportaba aún más beneficio al vender la madera serrada. Pero de repente empezaron a oler a quemado y se asustaron. Era el aniversario de la urbanización Vivesincomplicaciones. Astutos,llamaron a Pinocho y sus capataces invitándolos a un gran banquete para celebrarlo y ellos, ávidos de dinero y de comida no lo dudaron y acudieron al banquete. Las chispas del vertedero ya no eran chispas y era un amenazador fuego que iba acechando las casas. Los vecinos, astutos, montaron el banquete junto al fuego y llegaron Pinocho y sus empleados. Entonces, con su enorme nariz de madera empezaron a arder así como las casas irremediablemente. Fueron muriendo todos sus empleados y sólo quedaban los vecinos y Pinocho. Pinocho les dijo que no se preocuparan, que les construiría otra casa, pero era mentira y le creció más la nariz, lo que hizo que los vecinos y él empezaran a quemarse los pies. Ellos le dijeron: pediremos ayuda al pueblo de al lado por teléfono y te ayudaremos, pero estaban mintiendo en lo de ayudarle. Sólo querían salvarse ellos. Les creció aún más la nariz. Dada la gravedad del asunto Pinocho les advirtió de que si seguían mintiendo iban a morir quemados. Pero no hiceron caso porque siempre les había mentido. Siguieron hablándole de llamar al pueblo de al lado y así lo hicieron. Los vecinos del pueblo de al lado se acercaron a ayudarles alarmados. Los de la urbanización les dijeron: sólo quedamos los vecinos y no entendemos de dónde procede tanta madera, es culpa de Pinocho. Dos mentiras: el fuego se apoderó de ellos y se los tragó a todos. Sólo estaban ya Pinocho y el pueblo de al lado. Le preguntaron: ¿qué ha pasado y quién ha sido el responsable de todo esto? He sido yo y lo que ha pasado es que casi me quemo en mis mentiras y me he llevado por delante miles de vidas de esta urbanización y a mis empleados, que también los corrompí. Ellos, orgullosos de su sinceridad, apagaron el fuego y a él y le salvaron la vida. Pinocho, único superviviente del desastre se trasladó al pueblo de al lado y nunca más mintió, lo que hizo que tuviera un trabajo humilde de consejero del pueblo con un sueldo adecuado para vivir, sin ambición ninguna y con plena seguridad en su casa de ladrillo y sin ninguna nariz de madera que pudiera arder ni la suya ni la de los demás.